La ciudad cubana de Trinidad en la provincia de Sancti Spiritus, considerada una de las mejores urbes coloniales de toda América, sigue siendo el destino preferido en la Cuba central. Aquí van ocho sugerencias prácticas para no perderse ni un detalle de una localidad que apenas ha cambiado en el último siglo.
Tomar un mojito en El Regidor: Al caer la tarde por la ventana del bar El Regidor, en la calle de Simón Bolívar, se oyen los acordes de la nueva trova cubana. Los producen la guitarra y la voz de Israel Moreno, cantante local, erudito de la música cubana y tremendo conversador. Tiene un timbre de voz cercano al de Silvio Rodríguez y una erudición e incontinencia verbal compatibles con la del Comandante Fidel. Cuando canta desgrana poesía y antes de cada tema, deleita a la audiencia con una extensa introducción a la canción que va a interpretar que, con mucho, excede en tiempo al de la propia canción. Esto es bueno, porque así da tiempo a saborear el mojito entre tema y tema. Suele estar a diario, desde las tres de la tarde hasta el cierre del local, rodeado por un grupo de incondicionales, viajeros que entraron a oírle de casualidad un día y repiten ya durante toda su estancia en Trinidad.
En la escalinata: Durante el día, pese al calor sofocante, las calles de Trinidad son un hervidero de visitantes. Luego, a media tarde, todos desaparecen como por arte de magia. Hasta que al filo de las diez de la noche, como activados por un resorte, forasteros y locales comienzan a salir de nuevo de sus escondites para llenar las escalinatas de la Casa de la Música, en un costado de la plaza Mayor. A esta hora empieza a diario una actuación en directo de intérpretes cubanos. Trova, son, salsa, timba, mambo o chachachá se dan cita en un ambiente cargado de gente joven y sensualidad. Ambiente asegurado hasta pasada la medianoche.
Una casa de huéspedes: Antes que en los hoteles de la cercana playa Ancón, vulgares y previsibles como todos los de playa, es mejor alojarse en una de las muchas casas tradicionales cubanas autorizadas para acoger huéspedes en el centro histórico. Verdaderas instituciones de la vida local, todas tienen más de un siglo de construidas y preciosos patios llenos de macetas en los que se cena o se toma el desayuno. Hay más de 300 legales, señalizadas con una flecha azul; cuestan entre 25 y 30 pesos convertibles y también sirven desayunos y cenas a los alojados. Buscar una lo más cerca posible de la plaza Mayor y que sea fresca, porque ninguna tiene aire acondicionado. No hay sistema de reservación pero es fácil encontrar habitación incluso en temporada alta.
Subir a la torre: No es un campanario, sino la torre que remata el antiguo palacio Cantero, en la calle de Simón Bolívar, uno de los más espléndidos y lujosos de los que tuvo Trinidad. Desde lo alto se tiene la mejor vista de la cuadrícula de calles empedradas que forma esta joya colonial; se ven también las ruinas de la ermita de la Candelaria, al pie del Cerro de la Vigía, y los cafetales y platanales que inundan de verde los alrededores de la ciudad. Al fondo hacia el sur, se divisa el mar y la playa Ancón.
Un paseo temprano: A partir de las once de la mañana empiezan a llegar los autobuses de turistas desde la playa Ancón o desde Cienfuegos y las calles se convierten en un parque temático. Pero hasta esa hora, Trinidad se muestra fresca y silenciosa, como la ciudad provinciana y rica que fue. A esas horas, las mujeres baldean las aceras, los hombres pasan a caballo camino de alguna hacienda, los comercios aún se desperezan y los niños corretean hacia el colegio. La luz dorada y la temperatura colaboran con este teatrillo de vida cubana en estado puro.
Son y salsa para bailar: Una sesión en la Casa de la Trova. O en el Palenque de los Congos Reales. O en cualquiera de los muchos locales donde a diario suena música en directo. Trinidad es la ciudad de la música, actividad un tanto maleada por la invasión turística, es cierto, pero si no se tiene prisa y se sabe elegir es posible asistir a conciertos de buenos grupos cubanos. En la Casa de la Trova (Echerri, 29) programan son, salsa y ritmos tradicionales cubanos y tiene una buena tienda donde comprar CD de artistas locales. En las ruinas del teatro Brunet todas las noches hay música afrocubana; está en la calle de Antonio Maceo, 461, pero no tiene pérdida: su sonido atronador inunda hasta el último rincón de Trinidad. En el Palenque también suele oírse buena música afrocubana (entrada gratuita).
Una foto en el valle: El valle de los Ingenios, a unos diez kilómetros de Trinidad por la carretera de Sancti Spíritus , llegó a tener hasta 52 fábricas de azúcar, que funcionaban gracias a la mano de obra esclava. Sin embargo, la mejor foto del valle está mucho antes de entrar en él, en un mirador convenientemente señalizado que se encuentra poco después de salir del casco urbano de Trinidad. Una vista excepcional de este plácido lugar, cubierto de mil tonos verdes y festoneado por cientos de palmeras reales. Luego hay que seguir hasta la Manaca Iznaga, uno de estos ingenios azucareros, donde se conserva la única prensa de caña de azúcar que queda, y una torre desde donde los esbirros del patrón Iznaga controlaban a los esclavos.
Cena en el Sol y Son: Es uno de los paladares (restaurantes caseros) más famoso de la ciudad. Una agradable casa colonial de 1830, en la calle de Simón Bolívar, 283, con mesas en el patio donde sirven cocina cubana sencilla pero de calidad, con una de la mejor ropa vieja del contorno. La hacen con carne de cerdo adobada con limón. Cócteles y vinos del país y un servicio esmerado.
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lunes, 20 de octubre de 2014
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